español    english   
 

EL AZAR DE LOS DICTADOS DEL ESPÍRITU

Nestor Martínez Celis

Periodista colombiano

Tomado del El Heraldo de Barranquilla

Nacido en 1946 en la Habana, Cuba, este pintor es uno de los más representativos de la actual plástica cubana. Prolífico creador e infatigable trabajador, Frómeta ha cultivado, en su ya larga carrera artística, las técnicas del dibujo especialmente la plumilla—, del diseño gráfico, del grabado en metal —en todas las formas y posibilidades — y la de la pintura.

Sin temor a esquematizar demasiado, la producción artística de Gilberto Frómeta comprende dos grandes etapas: la del dibujante, diseñador y grabador, antes de 1985, y la del pintor, que aparece hacia 1986. En la primera, el artista se dedica al dibujo, a un trabajo minucioso con la plumilla, el que se vierte en una labor rigurosa y paciente de grabador en metal. Aquí logra impresiones de gran calidad trabajando la plancha en múltiples procesos y desarrollando una técnica virtuosa y una riqueza de tramas, matices y contrastes, que lo llevan a ser reconocido como uno de los grandes de la plástica de su país y lo perfilan como artista de mérito en el continente.

De los trabajos de esta etapa, la serie de los caballos se jerarquiza por la técnica depurada, el tratamiento mismo del tema y los logros de expresión de los “nobles brutos”. Briosos corceles en cabalgaduras suspendidas en el tiempo; majestuosas crines mecidas al viento, apoyando el ritmo compositivo; expresivas cabezas, con belfos pronunciados y ojos que se salen, oblicuos y desafiantes, de la superficie de la obra, para llegar al nudo sensible del espectador.

Cuando la misma dinámica del tema de los solípedos obliga al cubano a incursionar en el color, se percata de que la aplicación simple y naturalista del elemento cromático le resta fuerza y expresión a su trabajo, y siente que sus obras pueden terminar como simples objetos decorativos. Es entonces cuando se dedica, con la misma vehemencia y paciencia del grabador, a estudiar profundamente el color, su génesis, sus cualidades, las gamas, las combinaciones, la armonía, las múltiples posibilidades del color puro y la fuerza expresiva del croma. En esa dimensión artística se encuentra con los fovistas, con el Matisse de la mancha pura y contrastante, con el Vlamink de la simultaneidad cromática y con “los cartuchos de dinamita”, al decir del mismo Derain. Al final de ese paréntesis analítico, que le consume dos intensos años de su vida, Frómeta descubre también que para crear arte, que para pintar, no necesita partir de un tema específico, sino de la propia materia pictórica, de las vibraciones y riqueza visual del color, de las tensiones compositivas que se van generando a medida que explora la tela y de las inefables huellas que su espíritu intenta dejar cada vez que su mano se acerca a la tela. Es en ese preciso instante cuando nace el Gilberto Frómeta actual.

En la pintura de este artista cubano encontramos dos principios sustanciales que se combinan y entrelazan para formar un todo plástico e indivisible: la magia cromática y la textura virtual. Son elementos que hacen fluir su proceso creativo, sin modelos preconcebidos, explorando y descubriendo paulatinamente formas, grafismos, manchas y sensaciones que generan otras sensaciones.

Armado de espátulas, cuchillos, palos, llanas, nunca de pinceles, y de una paleta rica de colores, el artista penetra en el mundo de la creación pictórica, sin concesiones ni fórmulas establecidas, esparciendo colores por toda la tela, contrastando y armonizando zonas cromáticas, luchando incesantemente por capturar una atmósfera articular que proyecte su pintura hacia niveles de abstracción en los cuales pueda plasmar, sin mayores explicaciones, las pulsiones internas de su conciencia; en otras palabras, una magia cromática sin puntos de encuentro con realidades manifiestas.

La gama de cálidos y fríos, los azules que discurren y se entronizan, las tierras que se extienden y gobiernan el centro de la tela, coexisten con sucesivos planos compo­sitivos y con recursivos elementos de una rica textura virtual, de pliegues, crestas y polvo lunar; todo formando una especie de sinéresis que provoca la máxima tensión en el núcleo de la obra. Desde los límites del cuadro se crean unos espacios que navegan implosionados entrando o saliendo, ocultando o realzando, fundiendo o deslindando las formas, produciendo una grave sensación espacial al espectador.

Ese proceso creativo de ir construyendo planos de color, jugando y estableciendo las urdimbres formales, liberando gestos instintivos que marcan improntas en los trazos libres, en los grafismos abigarrados —cercanos pero distintos a las expresiones infantiles— deparan al artista un trabajo continuo, intenso, que lo lleva a laborar durante catorce horas diarias; jornadas que son agobiantes en lo físico, pero no en lo espiritual, porque Frómeta se entrega al placer de pintar, al gozo estético que lo instala en otra dimensión humana y lo dispone para el encuentro con el azar de los dictados del espíritu.

  • EXISTENCIAL Óleo sobre lienzo 45 x 75 cm 2002
A A A