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EL DON DE LAS BIFURCACIONES

David Mateo

Crítico de Arte cubano


A fuerza de parecer en oportunidades venturoso, un tanto discordante, el paso de la figuración a la abstracción en la obra de Gilberto Frómeta manifiesta una serie de especificidades que se inclinan mucho más hacia la percepción de la unidad que hacia la divergencia. De hecho, ésta es una determinación que el artista no ha adoptado de manera excluyente, sino complementaria, y tampoco contradice todo cuanto hayamos descubierto ya en torno a su personalidad, al espíritu activo con que ha ido alternando entre un tema y otro, una técnica y otra. El suyo es un caso típico de fluctuación por naturaleza, por temperamento, en el que se borran todas esas otras condicionantes que tan frágilmente justifican la escogencia de medios representativos en algunos de nuestros creadores.

 

En sus dibujos, grabados, y pinturas de mayor verismo, siempre he percibido una noción de fuga, de desprendimiento, que desde hace algunos años veo reaparecer también por intermedio de las abstracciones, lo que ahora quizás con un poco más de desembarazo. Fue el delineado hiperrealista quien lo dotó del instrumental necesario para plasmar en imágenes los diversos indicios de esa noción, o mejor aún, para forzarla en su trascendencia visual hasta el nivel del detalle, de la minuciosidad. En ese proceso concibió un grupo de obras que lo legitimaron dentro de la plástica cubana contemporánea; pero ninguna de ellas llegó a ser tan sofisticada como la serie de caballos a galope, o en reposo, realizada con tinta china y plumilla a partir de los años setentas, en las que hizo un verdadero derroche de virtuosismo, simulando contorsiones o alargamientos en la fisonomía del animal, mostrando las crispaciones o el dilatamiento de los músculos, y hasta reproduciendo con impresionante autenticidad el espanto y desafío de su mirada.


Pero el dibujo parecía en ocasiones demasiado suspendido en sus límites físicos, en su exactitud; faltaba la estampida del color, el trazo libre, la fuerza y espontaneidad del gesto. Incursionando justamente en el expresionismo abstracto a partir de los años ochenta, Frómeta encontró una alternativa para liberar de forma súbita los antojos de su fuero interior –dictados, a mi parecer, mucho más por la melancolía que por el drama-, y para ensayar diferentes tipos de texturas y planos compositivos, para regular la calidez y frialdad del color, para lograr por vía de las mezclas, de los empastes, aquellos tonos y valores que mejor se adecuaban a la energía de sus atmósferas... Y llegado a esta fase, a este punto de las bifurcaciones en su carrera, no concibo eludir la interrogante: ¿Cuánto no habrá evocado entonces el espíritu de aquel binomio casi de lujo, formado por los maestros Servando Cabrera y Antonia Eiriz, con el que compartió sus años de estudiante?


En la puesta en práctica de cada uno de estos medios expresivos por separado, Frómeta llega a alcanzar un grado de suficiencia tal, que por momentos se diluyen las resonancias, las posibles subordinaciones; aun cuando haya siempre alguien que –conociéndolo bien en su afán por la experimentación- se atreva a predecir los argumentos que han ido dando origen a cada artificio, a cada efecto utilizado por él.


Sin embargo, yo me inclino por aquellas abras donde confluyen lo figurativo y lo abstracto. En ellas el artista redondea, perfecciona la sensación de lo consustancial en movimiento, conquista el matiz definitivo de sus ambientes, crea nuevos conductos que hacen plausible el diseño de la composición, la colocación de cualquier objeto o figura (por muy anacrónicos que éstos parezcan); y sobre todo, sustancializa el diálogo que entre ellas pueda generarse. El Universo Frómeta cristaliza además aquí en múltiples alegorías, donde se hace manifiesto el vestigio de lo humano. El animal continúa teniendo una presencia importante, casi protagónica; pero la interpretación total del cuadro en el que éste se integra, se logra a partir del contrapunteo de símbolos; símbolos que reflejan la pugna entre lo lógico y lo absurdo, lo racional y lo irracional, la contención y la vehemencia. Sentidos encontrados que hablan de la vida y de sí mismo.

  • GRACIA COLORA Acrílico y óleo sobre lienzo 94 x 77 cm 1992
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